martes, agosto 16, 2005

La Ausencia

La muerte de un ser querido es como una dentellada de un tiburón que se lleva sin permiso una gran parte de ti mismo. Si pierdes a tu padre, cuando aún ni siquiera ha alcanzado la edad de jubilarse, esa dentellada es tan fuerte que aunque el mobiliario interior intente recolocarse, no lo consigue, hay un hueco inmenso e inexorable que te produce una cojera irreversible, a pesar de que infinidad de voces comentan que con el tiempo se vuelve más disimulada.
Lo más duro de la perdida de un ser tan amado, es la llegada inmediata de La Ausencia, esa dama descarada e hiriente que se instala en su lugar y te acaricia la cara constantemente, recordándote que ella no piensa irse, que se queda a tu lado para siempre.
Cuando alguien me habla sobre un fallecimiento yo exprimo y escucho todos los detalles al máximo y me siento tan cercana a los protagonistas, que si me los señalaran con el dedo, me acercaría y les daría un enorme abrazo. A ellos y a cualquiera que ahora mismo convive día a día con ella, con La Ausencia. Porque si algo he aprendido, es que al ser humano no le une el amor, ni la solidaridad, ni las cuerdas llenas de nudos, no hay sentimiento más cercano y comprendido entre dos personas que el dolor ante la pérdida, el dolor frente a la ausencia.
Ausencia también de datos, de no saber donde están, si tienen frío, si están bien, si nos ven mirando a todas horas de refilón o de frente esos ejércitos de recuerdos.
Envidio a los que tienen una fe tan fuerte como las raíces de un árbol milenario y se aferran a ella, a los que sufren visiones o apariciones, a esas personas que los sienten vivos en su interior, ya que yo me debato entre contradictorias sensaciones, sintiendo en ocasiones que se encuentra pegado a mí y otras no tengo ni idea de donde puede estar.
Ante tanta duda e incertidumbre he decidido hacer como los niños, los más sabios: Quiero y deseo que esté en un lugar increíblemente bello con mucho sol, playa, que Dvorak, Mozart y compañía le deleiten en conciertos privados, con su pista de tenis y que sobre todo se ría, tanto, tantísimo como se reía siempre con nosotras.

Un beso

Fotografía de Cala Tuent