miércoles, mayo 24, 2006

Papel reciclado

* Zanahorias
* Melón
* Tomates maduros.
* Aceite oliva extra virgen y virgen normal
*Sal
*Pasta (cinco paquetes)
*Ajos
*Suavizante (oferta, el azul)
*Atún en aceite
* Jamón serrano 200g (250g si tiene buena pinta)
* Patatas freír y cocer
* Azúcar
* Jabón lavadora (oferta)

Un besito Ana


Cómo te reías de mí y de mis sueños de hombres con aspecto hercúleo que se aparecían en mitad de caminos rodeados de verde y plantas, dispuestos a amarme hasta dejarme exhausta.
No sé cuando empecé a darme cuenta de que a pesar de la simpleza de mis experiencias oníricas, prefería continuar sumergida en ellas que tener que abrir los ojos al mundo que me esperaba. Abrir los ojos y encontrarle a él a mi lado con su respiración tranquila y simple como nuestra vida.
No sé. Sólo sé que un tiempo después los caminos de mis sueños comenzaron a dividirse como los tentáculos de un pulpo gigante en mil veredas, bosques infranqueables, pasajes oscuros y senderos tenebrosos en los que me perdía sin remedio y de los cuales tú me salvabas una y otra vez, una y otra noche, para proporcionarme esa paz y ese sosiego que, sin desearlo, encuentro entre tus brazos, en el fondo de tu aliento, en algún lugar de los caminos que recorren tus ojos.
Ya no era una simple sensación de pereza por despertar, como al principio, nada más conocerte. Un tiempo después, en la cama, a su lado, sentía verdadera desesperación por tener que apartarme de tus manos, de las yemas de tus dedos, por abrir los ojos y en vez de a ti tener que verle a él, respirando con su cara de monotonía imposible de solucionar. Con su boca ávida aún de besarme, de acercar sus labios a los míos y cubrirlos de sensaciones intensas. Mientras, yo me daba la vuelta en la cama para poder dejar de oír sus sonidos, para dejar de ver su rostro, para intentar dormirme de nuevo y seguir soñando contigo. (…)


Querida Ana,
Siempre que bajo a comprar me dejo algo, bueno cuando bajo a comprar y en mi vida cotidiana me olvido de las cosas con una sorprendente facilidad. Pero siempre estabas tú, para repetírmelas con tu infinita paciencia de santa sin corona. Me lo anotabas todo en esos papeles de colores que tienes por todos lados; hojas de bloc en los que escribes tus borradores de escritos, novelas y demás apuntes sobre mundos ajenos a este. ¿Qué harías tú sin mezclar tu memoria con la mía? Me lo decías siempre entre risas.


Hoy me ha tocado un medio folio de esos que estúpidamente reciclas. Lo leí todo atentamente, tus asteriscos gigantes para separar cada producto, tus paréntesis con indicaciones varias. No creo que nadie vaya al supermercado con una lista de la compra tan genial como la mía.
Cuando ya estaba fuera resoplando por lo mucho que pesaban las bolsas, le di la vuelta al papel para ver, si para variar, me había dejado la mitad de las cosas. Muchas veces me ocurre, tú nunca te enfadabas, pero ¿sabes? Me dolía barbaridad esa especie de aire condescendiente que salía de tus ojos, como si se tratara de un niño pequeño y algo tonto que ha vuelto a hacer algo que no debe.
No, estaba vez no, esta vez compré bien, pero allí seguía tu letra, y aunque estaba del revés, le di la vuelta y te leí. Sabes lo que me gusta leerte. Las miles de horas en las que me he empapado de todas y cada una de las letras que ibas juntando, de la magia de tus palabras, de tus acentos mal puestos, de tus puntos y comas imposibles.
Esta vez se trataba de una carta a medias, carta ya empezada en tu medio folio, carta donde hablas de mí, de nosotros, de ti, de tus sueños.
Resulta que ya no me quieres, que al parecer ni tan siquiera me aguantas demasiado y soy sólo un insulso patético que ronca y te jode con resoplidos los sueños por la noche. Los sueños con otro, las ganas de dormir con alguien que no soy yo.
Resulta que me engañas, quizá, tal vez, sólo sea uno de tus escritos cargados de metáforas, pero me destrozó tanto el saber que no me amas, como el leer todas esas cosas que sé que jamás has llegado a sentir por mí ni de lejos.
Te la devuelvo aquí junto a la mía.
Puedo imaginar tu angustia y preocupación sin saber de mí desde hace días, sin localizarme, no era mi intención hacer algo así, montar toda esta película de la que quizá algún día saques un buen libro. Fue algo más simple que todo eso, no pude volver a casa, a tu lado, volver a mirarte. Como verás tu carta está arrugada, hice una bola y la tiré al suelo junto a la puta compra. Pero luego pensé que debías guardarla, tenerla junto a ti, para recordar cada día tus sueños, que no los olvides nunca, no hagas como yo que olvido constantemente las cosas.

Miguel

Accesit en el Certamen del Ayuntamiento de Almendralejo
Febrero 2006



miércoles, mayo 10, 2006

Tardes de pintura

Las mejores tardes de mi infancia eran esas en las que iba a buscar a mi madre a pintura. La Escuela de Bellas Artes estaba muy cerca del colegio. Me encantaba ir. Ya en la entrada me preparaba bien para aspirar en condiciones. Había siempre una mezcla inconfundible de pintura al óleo, acuarelas rebajadas, polvo de carboncillo y aguarrás por todo el ambiente.
Mi madre pintaba al óleo. Era la que llevaba la bata con el blanco más impoluto, pero más llena de manchas de pintura de todos, al igual que su paleta. Nunca vi una paleta de pintor con tantos tonos diferentes. A veces si la mirabas sólo un segundo, se mezclaban de tal manera unos con otros que parecía un solo color. Ella en cambio los tenía perfectamente controlados. Tenía duende.
Recuerdo esas tardes como si fueran hoy, igual que a muchos de ellos. Personajes cuando menos pintorescos, la profesora simpática y seria que pasaba por detrás y de vez en cuando agarraba un pincel y con un toque maestro cambiaba el rumbo del cuadro. A mí no me gustaba cuando hacía eso en algún cuadro de mi madre. Quizá corregía fallos, pero esa pincelada era como un extraño en una ceremonia de amigos íntimos.
Yo permanecía sentada en una silla y no hablaba cuando necesitaban silencio y escuchaba cuando reían y contaban historias. Una de esas sillas es la que ahora está a nuestra izquierda. La pintó en esa época. Sillas donde yo sin todavía comprenderlo, estaba sintiendo mis primeras dosis de melancolía.

Pintó durante muchos años, pero paulatinamente fue dejando de hacerlo y llegó un punto en el que no volvió a pintar. A pesar de nuestras súplicas de que volviera a hacerlo, de nuestra insistencia. Se olvidó de que era pintora, como el que olvida siempre las llaves al salir de casa.
Supongo que si recordara como yo recuerdo cada vez que mi padre se paraba en el salón o en el pasillo para contemplar extasiado sus cuadros, como manejaba los pinceles sobre el lienzo y finalmente los dejaba para terminar dando retoques magistrales con los dedos, con la mano si hacía falta, o como disfrutaba cada vez que colocaba sobre su caballete un lienzo en blanco lo recordaría.
He decidido ayudarla. Un día le dejaré un tubo de azul cobalto junto a la bañera llena hasta el borde de agua con sal, uno rojo bermellón al lado de los tomates. Otro día puede que le coloque un lienzo en blanco como mantel, y un carboncillo junto a la agenda del teléfono. Quizá así comience a recuperar la memoria, su verdadera memoria.

Un beso,