lunes, marzo 26, 2007

Número 5 REVISTA NARRATIVAS

El número 5 de la Revista NARRATIVAS, ya está listo para poder descargarse: Narrativas
ÍNDICE:
"Una cosa es redactar y otra, muy distinta, escribir". Sergio Pitol. Una entrevista.
ENSAYO:
"Verse a través del Otro en la Lima decimonónica", Martín Palma Melena
" 'El tunel', ejercicio deconstructivo", Julio Salinas Lombard
"La poesía luminosa y feroz de Sol Acín", Mercé Ibarz
"Vigilancia y fuga en Mano de obra de Diamela Eltit", Mónica Barrientos
RELATOS:
"Después de tantos años", José Ovejeros
"Cuando yo era sordo", Leopoldo de Trazegnies Granda
"Roma, laberinto de espejos", Carlos Montuenga
"La última cobardía", Jorge Carrasco
"Sin remitente", Gariela Urrutibehety
"El acompañante", Andrés Fabián Valdés
“Un ataque de lentitud”, Juan Carlos Chirinos
"La viuda negra", Rosa Silverio
"Las pestañas de Guimard", Juan Carlos Márquez
"El olor de la ceguera", Graciela Barrera
"Descubriendo sueños", Mónica Gutiérrez Sancho
“Mientras siga escuchando la misma estación”, Iván Humanes Bespín
"La lámpara de plata”, José Manuel García Marín
"El Remolino”, Miguel Soler
"Azogue", Luis Pita
"La frontera es un buen lugar para vivir", Agustín Cadena
"La caperucita y el abuelo feroz”, Pablo Lores Kanto
"Una vieja historia", Luisa Miñana
"Las cien pesetas", Fernando Sarriá
“El juego de las Estatuas”, Antonia Romero
"La sonrisa de los hipócritas", Eduardo Martínez Carnicer
"Huidobro literal", Jorge Etcheverry
"Como un hombre que sobrevuela el mar", Pepe Cervera
"Pinche Lupita (o de cómo se me escapó)", Raúl Medrano
"La orilla", Moisés Sandoval
NARRADORES:
Ángela Ibañez
RESEÑAS:
La vida nueva de Orhan Pamuk, Blanca Vázquez
Un sueño comentado de Rubí Guerra, Agustín Cadena
Historia de la belleza de Umberto Eco, Antón Castro
Guía de hoteles inventados de Óscar Sipán y Óscar San Martín, Sabas Martín
MIRADAS:
"Irene Némirovsky y el abandono", María Aixa Sanz
"La historia de Joel, de Henning Mankell", Sfer
TIRAS INSULSAS
Emilio Jio - DaniFrame
NOVEDADES EDITORIALES, NOTICIAS

Ha sido un placer poder colaborar de nuevo, gracias a Magda y Carlos Manzano, por brindarme la oportunidad. Me ha encantado aparecer junto con algunos de los amigos que se pasean habitualmente por aquí.
Un abrazo y a disfrutar de la lectura.

martes, marzo 20, 2007

Viajes

Me gusta viajar. Es más, no sólo me gusta, me encanta viajar. Lo hago siempre que puedo y no tanto como quisiera. Quizá es el motivo por el que aún no logro mantenerme con los pies fijos en la tierra. Camino siempre unos milímetros por encima de las aceras y las calles, lo justo para que pase inadvertido, lo imprescindible para que el resto de las personas piensen que simplemente se trata de una chica algo alta.
Esto me lleva a desestabilizar mis recorridos habituales incluso por los pasillos de mi casa. Supongo que es también el motivo por el que no tengo aún un lugar donde asentarme. En el que quiera permanecer. Mi lugar, como suelo decir. Estoy segura de que ese día bajaré un poco mi estatura porque mis pies se clavaran al suelo, a su suelo. De momento lo busco, seguro que está en cualquier rincón del planeta. Esperando que llegue.
Los últimos años no siempre viajé por motivos agradables, muchos fueron viajes tristes llenos de lágrimas.
Adoro los viajes que hice en otras épocas por el mero placer de perderme o el mero éxtasis de encontrarme. Así que decidí retomarlos. Tengo una larga lista pendiente. Y el destino y las casualidades que rigen gran parte de mis días, tardes y madrugadas sin sueño me han dado un gran premio, que no sé si merezco. Mañana es un día especial, interesante, lleno de magia por infinitos motivos. El destino al que me dirijo lo he buscado, deseado y soñado, desde que a pesar de caminar sin pisar las baldosas de mi casa no media más de un metro. Me voy al País de Nunca Jamás.

¿Algún recado para Garfio? ¿Para las sibilinas sirenas?
Prometo contarles a la vuelta.


martes, marzo 13, 2007

El extranjero

Hoy me he dado cuenta que convivo con un extranjero. No es que no lo supiera, o que él no me lo hubiera comentado antes, sólo es que a veces las cosas más simples y obvias terminan por pasar desapercibidas. Te acostumbras.
Te olvidas de su marcado acento y que en las tiendas siempre ponen ese gesto entre el aturdimiento y el interés desmedido. Otras veces le ponen cara de asco. Eso me molesta mucho, suelo intervenir, modulando la voz como me enseñaron en la radio, a ver si a mí no me entienden… A él, eso no le importó nunca, ni siquiera cuando llegó aquí y no le entendía ni yo.
Ahora que recuerdo, hasta hablábamos un tercer idioma para comunicarnos mejor, era una mezcla del suyo, del mío y de uno tercero mal expresado y peor pronunciado estudiado en el colegio. Aunque no hacía falta. Nos entendimos desde el primer momento.

No sé por qué los de las tiendas no ponen más interés, se pierden su castellano perfecto con su precioso acento.

Aún es de noche, pero escucho ligeros ruidos alrededor, a pesar de llevar sólo un par de horas dormida, de los tapones de silicona para intentar conciliar el sueño. Maldito insomnio, sigo escuchando ruido. No muy fuerte, pero lo bastante para hacerme dar varias vueltas en la cama y abrir los ojos con dificultad. Le veo dando vueltas por la habitación. No enciende la luz y se ilumina con el móvil. Es para no despertarme. Le miro y recuerdo cuando lo vi de espaldas el primer día y se giró, como se gira ahora, y me miró. Me sigue mirando de la misma manera, aunque piense que ni siquiera le veo, que estoy medio dormida.
Enciendo la luz.
− La perra que está histérica y no sé cómo, ha cogido tu rana Kermit. La he dejado aquí arriba en la cómoda, que no llega. Duérmete anda…
No logro entenderle, hasta que no se marcha y miro la cómoda. Y es entonces cuando me lo recuerda, que ha venido de muy lejos.

El amigo Gustavo, o el reportero más dicharachero para los de por aquí...

martes, marzo 06, 2007

Rescatando nombres

Elegir el nombre que acompañará toda una vida a alguien es ardua tarea.
Para todo el que escribe, la cosa se complica, ya que son muchos los hijos propios que va dando forma y criando a lo largo del tiempo, y encontrar nombres para todos ellos es una misión casi imposible. Estamos llenos de prejuicios, al menos en mí caso. Y según pasan los años más, porque por lógica, son más también las personas con las que cruzas tu camino, aunque sea de manera temporal y anodina y más de uno, puede no dejar un buen recuerdo.

Para todo hay un pero, cuando no es porque era el nombre de la profesora déspota, borde y encima fea de tercero, es porque es el del ex que todo ser humano no soporta recordar, la amiga que te falló o es el del dueño del bar de la esquina, ese que siempre lleva las uñas sucias.
Y llega un momento que los nombre se acaban. Se terminan un buen día y te encuentras dando la vuelta al alfabeto del derecho y del revés como los calcetines oscuros, esos que nunca sabes donde tienen el lado bueno.
Yo hasta me compré un libro de nombres por orden alfabético. Un tomo hortera, de esos que además del nombre te dicen cómo vas a ser y cual es tu personalidad. En un primer momento enloquecí de alegría al ver la gran cantidad que me quedaban sin utilizar, luego después de la euforia inicial, me di cuenta que poner: Fulgencio, Eladio, Ceferina, Clotilde o Remigio, por citar alguno, quizá no fuera del todo buena idea.
Los nombres marcan. Y si no, sólo hay que preguntarse cuántas veces hemos dejado de comprar un libro al ver y leer en letra negrita, el nombre de su autor. Prejuicios. Demasiados. Habría que saber separar las obras de sus autores, al igual que los nombres de la persona, pero es tan difícil…

Gente al sol
E. Hopper

viernes, marzo 02, 2007

El auténtico Pepe Espada

Esta entrada, pertenece a uno de los primeros post de mi blog, pero creo que es momento de rescatarla del fondo de los mares.
Escribí Pepe Espada hace ya unos años, durante un interminable e insoportable intermedio de una película, casi tan infumable como la espera. A los días, leyendo El Semanal, me encontré con un reportaje a todo color sobre un hombre que vivía en Brasil y que todos conocen como: Zé Peixe (Pepe pez). Lo bestial del caso, no es sólo la similitud de la vida de ese hombre con mi personaje, sino que al ver las fotos pude darme cuenta que era tal y como yo lo había imaginado en mi cabeza. Después del consiguiente aturdimiento y estupor, me sentí bien, muy bien. Era un coctel de realidad y casualidad que me produjo una extraña y grata sensación de euforia.
Aquí está la verdadera historia de Pepe Espada, Pepe Pez o cómo él mismo quiera llamarse.


Al Noreste de Brasil se encuentra Atalaia, una hermosísima playa del puerto de Aracaju, la capital del Estado de Sergipe. La gente disfruta de los últimos rayos de sol sentada en la terrazas y tomando unas heladísimas cervezas, algunos otros ya han empezado a cenar y saborean suculentas langostas de pata larga mientras otros más bailan improvisados pasos de lambada. Nadie se baña ya; en esta época del año las corrientes marinas son muy peligrosas y dicen que al anochecer merodean los tiburones.
De pronto, un abuelo surge de la línea de rompientes como si fuera James Bond, sale corriendo del agua, pasa por delante de los atónitos comedores de langosta y toma un autobús con dirección al centro. El fantasma se llama Zé Peixe algo así como Pepe pez y acaba de terminar su jornada laboral. José (Zé) Martins Ribeiro siempre va descalzo, incluso en la ciudad, y un calzón le sirve como único equipamiento de seguridad cuando abandona un buque, después de conducirlo sano y salvo a alta mar, y volver nadando durante kilómetros y kilómetros hasta alcanzar de nuevo la costa... Así es como afronta cada día su trabajo. A quienes realizan este tipo de trabajo, en Brasil se le conoce como prácticos y José (Zé), es el mas famoso de ellos.
Por radio se entera de la llegada de un nuevo barco a Aracaju y se pone de acuerdo con el capitán de la nave en esperarlo a tal o cual hora a la altura de una boya faro, que la marina brasileña mantiene 8 millas mar adentro (unos 12 kilómetros ), frente a la playa de Atalaia. Y hacia allí es que se lanza nadando con la tranquilidad que proporciona la rutina, este increíble hombre de 74 años. Cuando por fin alcanza el meeting point, trepa al artefacto flotante, se aferra a él y espera zarandeado por el oleaje que el mercante que solicitó sus servicios aparezca por el horizonte. Claro que, en ocasiones, llega con retraso... y entonces la cosa se pone fea; al menos, se pondría fe a para cualquier mortal en su sano juicio. Porque para Zé Peixe, en esos casos, la cosa sólo se pone incómoda. "He llegado a pasar noches enteras sentado en la boya", dice con naturalidad, "pero atado a un cabo", añade, como quitando importancia a la hazaña.
Cuando sube a bordo de un buque, en medio de cascos de protección, radioteléfonos y sistemas y navegación computarizados, Zé Peixer asemeja un cangrejo en una central nuclear. Lo primero que hacen los marineros es mirarle a los pies, para comprobar la veracidad de la leyenda: él siempre va descalzo.
Pero el momento cumbre, el espectáculo que esperan con ansiedad las tripulaciones de todos los navíos que zarpan del puerto de Aracaju tiene lugar en alta mar, fuera ya de los escollos y corrientes de la bocana. Zé Peixe se encarama a la estructura de hierro a estribor del puente de mando, a unos 15 metros del agua, y salta. Salta como un pez volador, con los brazos extendidos hacia atrás -para mantener el equilibrio y alejarme lo más posible del casco, al más puro estilo de los clavidistas de Acapulco.
En el océano, más que nadar, se abre paso furiosamente a través de las olas. Se orienta casi a ciegas; pocas veces mira hacia delante, hacia la costa. Porque no tiene tiempo. "Tengo que nadar sin parar ni un instante, de lo contrario jamás llegaría a tierra." Zé Peixe avanza con la cabeza siempre fuera del agua "para que no se metan las medusas en los ojos" y a un ritmo de trepidante: unas 2,000 brazadas por kilómetro.
Cuando le arrastra una mala corriente, tiene ante sí un maratón de 12 a 14 kilómetros. Pero eso, aunque molesta, no le desanima.
La evidente pasión por el agua de Zé Peixe viene de antiguo. Una vez, cuando tenía sólo 3 años, "me caí jugando al río Sergipe, y bueno parece que ahí me quede".
Con la marea baja- toda la ciudad apestaba a pescado- el pequeño Zé se dedicaba a recorrer las malolientes marismas recogiendo cangrejos para contribuir a la modesta economía familiar. Como niño prodigio ya era conocido por todo Sergipe a la tierna edad de 10 años: en 1937 un capitán de fragata le vio nadar por el puerto "como un animal de mares" y decidió bautizarle con el apodo de Zé Peixe. La voz se corrió y a Pepe Pez ya nunca nadie le llamó José Martins.
Hace más de 50 años que no se lava ni se baña, salvo en el mar, claro. Y en cuanto a su costumbre de andar siempre descalzo, únicamente se permite una excepción: cuando va a misa. Los domingos pedalea en su vieja bicicleta hasta la catedral, vestido con su traje negro y las mangas de los pantalones arremangadas hasta las pantorrillas. Los dichosos zapatos, que han viajado en el transportín, sólo se los pone en el último momento, ya en las escaleras del templo. ¿Será que le molestan porque ha desarrollado membranas digitales en los pies, como las que tienen los patos?
En cuestiones de salud, Zé Peixe no conoce problemas. Es más, está como un toro, o mejor habría que decir, como un león marino. A sus 74 años, pesa 155 libras, ni mucho ni poco para un hombre de su estatura. Su piel, macerada durante décadas por el agua marina, parece como momificada: es tan dura, que ni siquiera los mosquitos consigues atravesarla con sus molestos picotazos.
Zé Peixe sigue viviendo en la casa, encalada de blanco, donde nació, apenas una cabañita de pescadores construida hace 150 años. Sobre una pared desconchada ha fijado con chincheta fotos de antiguos veleros como los que atracaban en su Aracaju del alma cuando era pequeño. Los únicos muebles que posee, tres alacenas, también están llenos de recuerdos: recortes de prensa donde se mencionan sus hazañas y cartas de admiradores. En las fiestas patronales acompaña a los nadadores en la tradicional travesía de la gigantesca desembocadura del río Sergipe, y no resulta raro verle en el faro oteando con sus ojos de pájaro el horizonte en busca de embarcaciones zozobradas.
Y así es la vida de este hombre ejemplar al que cariñosamente todos por aquellos lares conocen como Zé Peixe, "Pepe Pez"...
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Fotografías de Pepe Pez (José Martins Ribeiro)