lunes, marzo 27, 2017

Mullholland Drive




Madrugada del sábado y por casualidad, ahora ya sé que no fue tal, me encuentro con Betty y esa repelente ingenuidad de actriz novata. Hacía años que no veía la película y pronto sentí la llegada del terror al pensar en los Elderly. Ay, sus sonrisas congeladas, esas palmaditas... Ella en una sola escena consiguió apartar de mi subconsciente a ese Jack el Destripador de "Los crímenes del museo de cera" que perturbó los sueños de mi infancia. Porque si de algo entiende Mullholand Drive, hasta para los que afirman no entender nada, es de soñar. 



Lo curioso es que en cada visionado veo detalles nuevos, claves, secretos, sueños dentro de más sueños lúcidos, de otros sueños ajenos y propios.También llego a diferentes conclusiones, que nada o poco tienen que ver con las anteriores. La primera vez me quedé con la teoría number one de que todo era un sueño de Diane y solo los veintitrés minutos finales la realidad. Pero en otra ocasión me dio por pensar que quizá era un tránsito entre la vida y la muerte de Betty-Diane al suicidarse. Que la bella y voluptuosa Camila ni siquiera estaría muerta, abriría los labios en forma de o al enterarse, y seguiría con su vida de glamour en el reino del cine. Paranoias. Las justas y las que sobran. Y unas cuantas más. Al fin y al cabo de eso se trata. Eso buscaba el señor director, mientras se reía sentado en el centro de un escenario con la cortina de terciopelo azul a su espalda. 
La música otro personaje clave. Cómo olvidarla. Es parte fundamental para transportarnos por un mundo onírico y real que pierde el límite desde los créditos. Lynch cuenta con el músico y compositor: Angelo Badalamenti inseparable en la filmografía del director, para crear un mundo paralelo que nos atrapa entre composiciones instrumentales y canciones que marcan algunos de los momentos más impactantes de la película. Salvaje Rebekah del Rio y su Llorando. En Silencio. Silencio. Sólo él es capaz de crear un lugar, un momento y un escalofrío así. Sentar a Laura Palmer entre el público y hacernos disfrutar del espectáculo. 
Surrealismo en estado puro. Yo es que adoro a Lynch. Veo una cortina y ya me pongo nerviosa, abro mucho los ojos y paso miedo. Y desasosiego. Es pasarlo mejor que dormido. Y eso no lo consigue más que uno mismo y él.
Una joya de otros mundos. No me atrevo a quitarme el sombrero por si salen los Elderly chiquititos gritando y moviendo los brazos enloquecidos. 



sábado, marzo 18, 2017

Mudanza


Mudanza time. No sé cuántas llevo. Sólo que ya no puedo contarlas con las manos como se cuenta casi todo lo importante. Primeros momentos en mi nueva casa donde la luz la ilumina como un cuento. Y no puedes defraudarla y buscas libreta, papel lo qué sea para escribir otro nuevo para ella. 

Después de tantas voy aprendiendo a soltar cosas. Cosas ese término que aborrezco y encierra lo que no tiene sinónimo. Si con todos los que existen no lo encuentro, tampoco quiero llevarlo a mi nuevo lugar. 
Cada vez que preparo una mudanza a mi alrededor la gente se asusta, despereza y asombra. Y lo entiendo. Es mover hasta los cimientos de tus momentos. Los más íntimos, más insípidos, importantes. Los peores. Meterlos en cajas y numerarlos. Como si los recuerdos pudieran contar igual que el cajón de los calcetines. No siempre es fácil.

Adoro lo que pierdo en cada una de ellas y lo que encuentro que ya daba por perdido. Adoro esta nueva casa y su luz de cuento oriental.  Jazz se asoma en la terraza. Se sienta y el sol le ilumina sus cuatro colores. Blanco, canela, negro y el plata brillante de sus canas. Y mira. Y sonríe.



miércoles, marzo 01, 2017

Belle de Jour

 


22.40 horas sábado: Ella se levanta de la silla. Lleva sentada mucho tiempo. Demasiado.

El vestido está escondido entre todos los demás, en el armario, como se esconden los pecados. Es suave, brillante, barato. Se desnuda. Se mira en el espejo del armario abierto y se viste con él. Siente frío. El frío del tejido brillante y basto. En el cajón al fondo junto a la madera, lo ha guardado, el pintalabios rojo, también brillante. Se lo pasa por los labios. Cierra el armario.

24.00 horas sábado: Espera sentada en un taburete del bar. La copa también espera sobre la barra. Cruza las piernas y mira la puerta. El hombre llega. Se acerca y comienzan a hablar. Ella sabía que iría, por eso está allí. Por eso lleva ese vestido escondido y el pintalabios prohibido. El hombre no sabe nada de eso.
Ella pide otra copa y lo mismo para él. Lo ha visto en muchas películas y siempre ha querido hacerlo. El hombre ríe, ella le mira, pero ni siquiera sonríe.


01:30 horas: Sabe por qué está allí y se da cuenta de que él no entiende nada. No tiene que entender nada, quizá es mejor así, que simplemente esté allí con ella, bebiendo.
Hablan. Ella habla de un sueño de anoche, él hombre le dice que los peores pecados se cometen en sueños. Y sonríe. Ella sólo le mira. Él lleva mirándola toda la noche, desde que abrió la puerta del bar. Su vestido, su rostro, su belleza. La ha visto otras veces, tan apenas la conoce, pero nunca la había visto como esa noche, no puede dejar de mirarla, pero ella no se da cuenta.

03:00 horas: Se retoca el pintalabios rojo en el baño. Está borracha, el hombre también.
Cuando sale él la está mirando. Es entonces cuando ella sonríe. Ha vencido. Mucho tiempo esperando ser observada así.

06:20 horas domingo: Lleva sentada en la cama demasiado tiempo, casi tanto como en la silla esa tarde. Mira al hombre dormir. Y piensa en su frase de antes y que no es cierta. Los peores pecados no se cometen en sueños. No quiere verle dormir, ni escuchar su respiración calmada. No es su cama. Ni su casa. No quiere estar en esa cama con él. Ya no recuerda los gritos.
Se viste y pasa el pintalabios rojo por los labios. Ahora está más tranquila.
Cierra la puerta sin cuidado al salir.

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20:00 horas sábado: Discusión. Gritos. Incompatibilidad. Eso le dice él. Monotonía piensa ella, pero grita insultos. No dice lo que piensa. Él tampoco. Amenaza con irse, ella no le retiene. Él se marcha. Ella sabe que siempre vuelve, si no vuelve ella. Pero esa tarde son demasiado fuerte los gritos. Le molestan aún en su cabeza. Sale del cuarto para no oirlos más y se sienta en una silla. Sabe que han gritado demasiado. Y sabe que es peligroso, porque siente que tiene licencia para hacerlo
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